martes, mayo 17, 2005

Todo Lo Que Encierra Una Pera

Una decena de peras, un par de panes integrales, un pote de rillette de pato, tocino curado y ahumado por nosotros, lechuga que olvidamos lavar antes de salir, tomates orgánicos y suficiente agua para hidratarnos en el viaje de 23 horas de Hyde Park a Miami. Con eso y nuestro equipaje, subí a la camioneta con mi gran amigo Cory Crane, escapándonos justo a tiempo del frío del norte estadounidense. Íbamos ambos a hacer nuestras prácticas profesionales al sur de la Florida, y en lo único que pensábamos era en gastronomía: Los tomates, la lechuga y el rillette lo compramos en la feria de granjeros locales antes de salir. El pan era horneado por los cursos de panadería de la academia y las peras las compramos directos de la granja, que tenía toldos sobre vigas de madera improvisando un salón de ventas en una esquina del camino que salía del pueblo. Eran peras asiáticas maduras, recién recogidas del árbol.

Cada seis horas parábamos para cargar gasolina, cambiar conductor y comer un sándwich. Fue uno de los viajes más agotadores en los que he participado, especialmente cuando llegó la noche y hasta que amaneció. La primera parte del trayecto nos despidió el colorido otoñal del lindo noreste, y la llegada calurosa y llena de mar y palmeras fue la bienvenida llena de promesas que los dos deseábamos. Fue un viaje maravilloso con buena música y charla, pero mi recuerdo favorito fue el comer esas peras jugosas después de cada sándwich.

No puedo describir aquel sabor. La verdad, hasta ese momento, solo le había prestado atención a las peras como acompañamiento del Roquefort, uno de mis quesos preferidos. Es cierto que las frutas eran orgánicas y estaban frescas y en su punto justo de maduración. Pero el sabor intenso seguía siendo el mismo que cualquiera que haya probado una pera ya ha experimentado.

Es que en ciertos casos el sabor propio del alimento que consumimos es solo un elemento en la ecuación de la sensación que nos causa. A veces tiene más que ver con el ambiente y nuestra vulnerabilidad. Lo que comemos es parte del momento que estamos viviendo, y por eso una simple pera puede ser sublime.

La comida siempre afecta todos nuestros sentidos. Pero a veces también un sabor particular explota y nos toca el alma. Esa sensación peculiar es infrecuente y por eso queda grabada en nuestra memoria. Es más fácil, según mi experiencia, lograrla mediante productos naturales, como una pera asiática. Pero también se puede obtener con un plato preparado, ya sea en casa o un restaurante.

Esos momentos culinarios que se escabullen y terminan sorprendiéndonos son los que, inevitablemente, nos inspiran a la creación gastronómica y nos hacen trabajar largas horas en búsqueda de la fórmula adecuada para abrirles la ventana a nuestros comensales hacia esas sensaciones que se transformarán en recuerdos indescriptibles y hermosos.