Strawberries and Cream
Esta semana comenzó el torneo de Wimbeldon. Me gusta mucho el tenis y el año pasado tuve la suerte de pasar un día entero en Flushing Meadows para el US Open. Sin embargo, debo admitir que el Grand Slam al que más me gustaría asistir es al del All England Lawn and Tennis Club. Tal vez sea por lo vistoso del pasto, o porque me gusta el “saque y red”. Lo cierto es que uno de mis sueños es pasar un par de días agradables en Wimbeldon, comiendo las famosas frutillas con crema que ofrecen en las instalaciones del torneo.
A pesar de lo caro que deben ser dichas fresas, es una opción interesante para ofrecer en un estadio. Yo estoy acostumbrado, en los Estados Unidos, a las hamburguesas, hot-dogs, nachos y la cerveza. A fin de cuentas, la comida del estadio es una versión de la comida callejera: no es difícil imaginarme tacos en México y siempre recuerdo los típicos helados de canela en los estadios de La Paz.
¿Cuán importante es –o debería ser- la comida en los estadios? Depende, como siempre, de las expectativas de los espectadores (léase clientes). En Estados Unidos, mientras disfrutan de tres horas de baseball, se toman su tiempo para comer nachos y consumir pan líquido (ya hablaba Homer Simpson de lo aburrido que es ese deporte sin cerveza) Los deportes con público les pertenecen a ellos, al pueblo. La comida ofrecida debe ser de su agrado, y eso significa que debe contener todos los sabores y aromas típicos locales. Una visita culinaria a un estadio concurrida debería ser el equivalente a un paseo por un mercado popular.
Por eso, cuando veo Wimbeldon y pienso en las frutillas con crema, también recuerdo mis pasadas experiencias en otros estadios y me imagino algunas futuras. Siempre que voy a un estadio me guío por los olores y por la cantidad de gente comiendo algo específico. Prefiero la comida en pincho o entre panes para evitar cubiertos y aquella muy especiada para que complemente mi cerveza. ¿Ustedes, qué comen en los estadios?
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